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Miedos y demás imaginaciones

  • Teresa Uriarte
  • 23 mar 2017
  • 2 Min. de lectura

Los seres humanos siempre hemos vivido con miedos. Se dice que uno se hace más fuerte conforme se va haciendo mayor y los va superando: El silencio extraño en una casa antigua, la oscuridad en una noche de lluvia, el monstruo de debajo de la cama, una presentación justo el día que has ido a clase en zapatillas de casa… la vida está llena de miedos que, tal como cuentan, algún día los dominaremos.

Estos acontecimientos de nuestras vidas son pasajeros. A mis años agradezco el silencio. Igual es porque soy de familia numerosa y sé qué es un verdadero dolor de cabeza. También, sé que no hay monstruos debajo de mi cama ya que está llena de cajas de juguetes, ropa o demás enseres que no uso. Me relaja la lluvia. Bueno, no tengo otro remedio: vivo en Bilbao. Por último, siempre, antes de salir de casa, me miro al espejo para saber que no voy a aventurarme a las calles en mis rosas, graciosas y ajirafadas zapatillas de casa. ¿Veis?Los miedos tienen sus remedios.

Acontecimientos que antes nos quitaban el sueño ahora nos lo dan. Ojalá pudiésemos decir lo mismo sobre otros hechos como el miedo al rechazo o a la soledad. Hace no mucho a alguien muy cercano a mi le pasó algo curioso, gracioso y trágico a la vez. Su amor platónico se había presentado en su vida una vez más pero ninguno de los dos se había acercado al otro para saludarle. En cambio, intercambiaban miradas, muchas miradas (o eso creía este anónimo). Así pasó la noche. A la mañana siguiente el protagonista de este ejemplo le mandó una petición de amistad a la otra persona en Facebook pensando que así, por fin, podrían intercambiar palabras que, aunque sean a través de una pantalla, podían llegar a largas conversaciones. Con la esperanza de perder el miedo a no conocer nunca a esa persona y romper el hielo, esperó. Trágico fue el día en el que se dio cuenta de que el receptor de dicha petición había denegado su amistad en esa red social. Hay algo más grave que ese simple “no, no quiero ser su amigo” y es la tontería de no acercarse.

Somos humanos. Actuemos como tal. El miedo lo creamos nosotros, nos hacemos una imagen equivocada de la realidad. Que si hay silencio es porque detrás de la puerta hay alguien con el cuchillo jamonero recién afilado; que si la existencia del monstruo de debajo de la cama es debido a que todas las porquerías que nunca encontramos se las ha tenido que comer alguien que espera a que saquemos un pie de ese recinto rectangular cuando estamos dormidos para engullirlo; que si la oscuridad es traicionera porque todos sabemos que un lugar poco alumbrado es el mejor sitio para esconderse; y por último, que si llevar zapatillas de casa en un sitio público es terrorífico porque ese tan infravalorado calzado no está a la moda.

Vemos cosas donde no las hay. El miedo es una farsa de la realidad engendrada por nuestra imaginación. “Vamos superando los miedos en la medida en que crezcamos” pero ¿desde cuándo crecer significa ser valiente? Recuerda que Peter Pan era valiente y, era y solo quería ser un niño. ¿Entonces?

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