Ranas y serpientes
- Teresa Uriarte
- 7 mar 2017
- 2 Min. de lectura
Basta que un viernes o sábado cualquiera, en una discoteca, bar, pub o algún otro sitio donde se sirva un brebaje con más de 12% de etanol, a la vez que salga una repetitiva y grata melodía por los altavoces del antro, para que observemos que lo importante está en el interior (¿en el interior de la discoteca?). Esta escena tan habitual en nuestra sociedad es el claro ejemplo de que las rosas que creemos soltar por nuestra boca al fin y al cabo, no son más que sapos y culebras llenos de obsesiones y, en este caso concreto: estéticas y grotescas. No juzgues nunca a un libro por su portada – dicen – cuando jamás se ha disfrutado de leer una gran novela ya que solo se visualiza un circo donde gente embutida en burgueses trajes se critica o insulta y, ojalá estuviese hablando del ordenado plató de Sálvame.
Hombres y mujeres que acogen dicho lema por bandera, un slogan que no se traslada a la realidad de los actos cuando se habla del manicomio con olor a sobaquina llamados gimnasios, como clasificó Juan Manuel de Prada en su momento. O estos gyms cuyas vallas publicitarias gritan un Apúntate por 19,99€ al mes y que, emocionado por el precio, tú siempre ajeno a las modas en masa y ya habiendo comprado las mallas de colores que todas las influencers llevan en sus fotos, entras para comprobar que la letra pequeña susurraba: Después de haber pagado con tu herencia la matricula.
Una vez oí a alguien decir “…pero yo no digo nada” cuando ya había dicho todo sobre el físico de aquella persona que momentos antes educadamente y con una sonrisa había saludado y elogiado su rostro. Las personas exigimos respeto y no respetamos pero, no es que no respetemos al otro sino que, no nos respetamos a nosotros mismos. “Lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro”, aunque se diga por whatsapp. Los móviles, el aparato por el que consigues contactar con alguien de lejos y continuar con esa amistad que una noche de verano comenzaste, mientras te alejas de la persona con la que estás compartiendo una cerveza y conversación a menos de medio metro de distancia. Otra condición de nuestros avances tecnológicos que, más que progresar para mejorar las relaciones humanas, nos retrasan. Si Cervantes levantase la cabeza se daría un golpe con la tapa del sarcófago y sobre todo, al ver que somos la generación que más y peor escribe.
La página en blanco es el mayor miedo para el escritor a la vez que el principio de un Best seller. El vaso se puede ver medio lleno, aunque este sea de chupito. Así, las incoherencias pueden llegar a ser los principios de grandes proyectos: el machismo para una sociedad en la que se lucha por igualdad de derechos, el Toro de la Vega para quien exige un mínimo de respeto para los animales o el analfabetismo para hacer que todo hombre o mujer independientemente de cuántos botones tenga en su bolsillo, sea capaz de leer cualquier tontería, incluso estas ranas y serpientes que tecleo en mi ordenador.
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